sábado, 25 de mayo de 2013

EYRE HIGHWAY (Australia). LA CARRETERA MÁS DESOLADA DEL MUNDO



Publicado originalmente en el blog EN LA CARRETERA (Wordpress), el 3 de Agosto de 2012


Tengo que reconocer que nunca he estado en Australia, ese. vasto país-continente de nuestras antípodas (con permiso de Nueva Zelanda, verdaderas antípodas españolas), quince veces más extenso que España. O bien, dicho de otro modo, esa gigantesca nación en la que cabrían con holgura quince países del tamaño de España.

Pero el hecho de que no conozca Australia ni haya viajado jamás a través de sus inhóspitas e interminables carreteras no me impide dedicarle la presente entrada del blog, para inaugurar el tórrido mes de Agosto, a una de ellas, no la más larga, pero sí la más célebre, controvertidamente célebre, podríamos decir, por cuanto tiene de interesante y de peligrosa.

Naturalmente, al no tratarse en este caso de un reportaje autobiográfico basado en vivencias y experiencias propias, la totalidad de la información y el material recopilados para esta entrada ha sido obtenido de diversas fuentes externas a través de internet. No tengo un propósito de exhaustividad ni de rigor absoluto en este trabajo, simplemente voy a tratar someramente de una carretera singular por el mero hecho de que me ha fascinado por sus características y peculiaridades nada más tener noticias de ella, aspectos que la convierten en una carretera completamente diferente a cualquier otra del mundo.

Por consiguiente, todo aquel que esté interesado en el tema y necesite más información sobre el mismo puede recurrir a los enlaces que ofrezco en el propio texto o bien al final de la entrada.

Y el primer enlace, antes de entrar en materia con la Eyre Highway australiana, tiene mucho que ver con la posibilidad de recorrer en moto otras carreteras australianas parecidas en un viaje organizado y servido por una empresa española especializada en el turismo motociclista a través de países exóticos. La mala noticia, como no podía ser de otra manera, es que el elevado precio de este viaje (11.000 € dos personas y quince días) lo convierten ya en algo disuasorio para la mayoría de los motoristas incluso antes de empezar a pensar en sacarle brillo al casco. Pero como soñar es gratis, aquí va el enlace:



Mucho más asequible resulta viajar virtualmente a través de la pantalla del ordenador con la mediación de Google Earth, una herramienta profusamente utilizada por viajeros frustrados e internautas ociosos que sólo así pueden -podemos- ver mundo. Y así es como viajé yo la otra noche por Australia, a golpe de ratón -un viaje, por cierto, que había comenzado unas horas antes en los Estados Unidos siguiendo las rutas de Jack Kerouac en su novela On the road-, y admirándome de las descomunales distancias que recorren las carreteras asfaltadas de la mayor isla del mundo.





No era, por supuesto, la primera noticia que tenía de la inmensidad de Australia ni de lo inhóspito de la mayor parte de su despoblado territorio, pero sí la primera vez que podía constatarlo visualmente, en tiempo y espacio, a través de la navegación a ras de asfalto proporcionada por Google Earth, lo cual, además, te ofrece también la ocasión de sumergirte en el paisaje australiano, un paisaje que se resume en desierto, desierto, y más desierto más allá de los arcenes de la carretera y del horizonte hasta donde alcanza la vista, unas vastas planicies resecas y áridas cubiertas de vegetación arbustiva y matorral bajo envueltas en una luz cegadora, polvorienta y caliginosa. Un paisaje desolado que se repite sin la menor variación de contraste durante cientos y aún miles de kilómetros, hasta el punto de que después de muchos minutos de viaje simulado se experimenta la sensación desconcertante de no haberse movido del sitio. Tal vez los viajeros reales que recorren las Highways australianas a bordo de sus vehículos experimenten la misma sensación de estar moviéndose sobre el fondo de un decorado teatral que se repite constantemente, y con el añadido obligado, además, del calor, la sed y el cansancio.




Unas carreteras australianas que, a pesar de ostentar la denominación de vías rápidas (highway), no pasan de ser una calzada estrecha de dos carriles y doble sentido de circulación (se circula por la izquierda y la velocidad está limitada a 110 Km/h.), que en España no habrían superado la categoría de carreteras comarcales o nacionales de segundo orden, en el mejor de los casos. Sin embargo, comprendiendo la enorme extensión del territorio a cubrir, la baja demografía y el escaso caudal irregular de tránsito rodado lejos de las grandes ciudades costeras del país, habría resultado económicamente inasumible la construcción de autovías o autopistas a través de estos desiertos australianos. Y pese a todo, gracias a las imágenes estáticas que ofrece Google Earth en su navegación virtual es posible apreciar que el firme se encuentra en muy buen estado en casi todos los trazados de la red, lo cual es admirable considerando que cada una de esas carreteras cubre itinerarios de varios miles de kilómetros y su conservación debe de constituir una tarea ingente para una nación de sólo veinte millones de habitantes concentrados mayoritariamente en las costas.

Proyectar una carretera en Australia no parece ofrecer demasiadas dificultades técnicas ni topográficas: basta con trazar una infinita línea recta que vaya a buscar el mar desde cualquier punto geográfico a través de los desiertos interiores. No es necesario explanar el terreno, ni expropiarlo (el desierto es propiedad del Estado), ni acomodarlo a una orografía accidentada ni a grandes cursos de agua. Australia es el país más llano y seco del planeta. Sólo así se comprende que la Eyre Highway, que con sus 1.700 kms. de longitud cubre parte del recorrido total entre las ciudades meridionales de Perth y Adelaida (2.600 kms.), se haya hecho célebre por albergar en su trazado la recta asfaltada más larga del mundo (146´6 kms.), entre los enclaves de Caiguna y Balladonia, no existiendo una sola curva entre ambos. Esto no implica, desde luego, que el resto del recorrido de la carretera, que une de oeste a este las ciudades de Norseman y Port Augusta, pueda presumir de un recorrido tortuoso, nada más lejos de la realidad. Se suceden, una tras otra sin solución de continuidad, las interminables rectas de decenas y hasta de un centenar de kilómetros.


Aunque los australianos, en su modestia, sólo la consideren como la más larga de Australia, en realidad es la recta más larga del mundo.



Las distancias entre las distintas poblaciones de esta ruta son, sencillamente, abrumadoras.




Red principal de carreteras australianas (Highways). En realidad no son tales vías rápidas, sino carreteras estrechas de doble sentido y con la circulación limitada a un máximo de 110 Km/h.

Aunque pudiera parecer lo contrario, una carretera con el trazado predominantemente recto no resulta necesariamente más segura que una carretera de curvas. En España, país montañoso y de orografía compleja (ríos, mesetas, valles...) abundan más los trazados sinuosos que los rectos, pero aún así en aquellas regiones de relieve menos accidentado (por ejemplo, La Mancha) los ingenieros de caminos decimonónicos que proyectaron y construyeron las primeras carreteras españolas dignas de tal nombre, preferían trazar largas rectas de varios kilómetros siempre que fuera posible, seguramente más baratas y fáciles de construir que los tramos revirados. Eran, a fin de cuentas, carreteras para carruajes y caballerías que no alcanzaban grandes velocidades y en cuya conducción el factor humano no tenía una importancia determinante a efectos de la seguridad. Sin embargo, con la llegada de los vehículos a motor el concepto de las carreteras hubo de ser revisado y, entre otras cosas, las largas rectas de los trazados dejaron de serlo tanto para alternarse con curvas estratégicas cuya función no era la de salvar accidentes del terreno, muchas veces inexistentes, sino romper la monotonía visual de los tramos rectilíneos y disuadir de las altas velocidades.


En las carreteras australianas es evidente que no se aplicaron estos principios, sino el más antiguo y universal, aquel que asegura que la distancia más corta entre dos puntos es siempre una línea recta. Y cuando precisamente esas distancias entre dos puntos son particularmente enormes, los trazados rectilíneos se postulan como la mejor opción para construir una carretera.

La monotonía de la conducción durante horas y centenares de kilómetros a través de las interminables rectas de la Eyre Highway, con el horizonte como perenne límite del campo visual, acompañadas del paisaje monocorde del desierto, con sus tonos apagados y uniformes extendiéndose a través de una infinita llanura sin contrastes convierten a esta carretera en una ruta muy peligrosa en donde no escasean los accidentes de tráfico. Los conductores son víctimas del cansancio y del sueño, porque es casi imposible no sucumbir a ellos cuando se transita por un territorio tan desolado y árido, en donde las escasas poblaciones del largo trayecto (que a menudo no son tales, sino sólo humildes áreas de descanso con los servicios más elementales) se encuentran separadas también por enormes distancias, a veces superiores a los 200 kilómetros, con el riesgo que esto implica de sufrir una avería o quedarse sin combustible. Y por si esto fuera poco, además no existe apenas cobertura para los teléfonos móviles y el tránsito es escaso, con lo cual las posibilidades de ser socorrido con rapidez son muy inciertas. Otro factor considerable de peligro son los denominados road trains (literalmente, trenes de carretera), gigantescos y pesados camiones que arrastran largos remolques articulados de hasta cincuenta metros o más y cien toneladas totales de desplazamiento, un eficiente medio de transporte masivo de mercancías para largas distancias a través de las inmensas y rectas carreteras australianas, vehículos que en otros países del mundo resultarían inviables dada su limitada maniobrabilidad.








Estos monstruos rodantes llamados road trains circulan en gran número por las carreteras australianas transportando millones de toneladas de mercancías a lo largo y ancho del gigantesco país. Con cincuenta metros de longitud, o más, y rodando a veces a velocidades de 120 km/h., adelantarlos supone siempre una prueba añadida de tensión para los conductores.



Las rectas interminables y solitarias son el elemento más característico de la Eyre Highway y de la mayoría de las carreteras australianas.
Las gasolineras y las áreas de servicio se encuentran separadas entre sí por centenares de kilómetros. Se hace necesaria una cuidadosa provisión de combustible y de agua cuando se viaja por esta carretera.


"La fatiga es fatal", reza el cartel. Y en una carretera larga y monótona como la Eyre Highway este aviso nunca está de más. Muchos conductores australianos viajan de noche para evitar el calor diurno del desierto, lo que multiplica las posibilidades de dormirse al volante y sufrir un accidente.

La verdad es que se podría hablar o escribir sobre la Eyre Highway durante horas, incluso sin conocerla sobre el terreno, tal es la cantidad de información sobre el tema que existe en internet. Sin embargo, con este apunte, ya extenso de todos modos, creo que es suficiente por el momento. En la edición original de este reportaje insertamos unos enlaces a diferentes páginas y videos relacionados con esta carretera, pero casi un año después buena parte de esa información se ha perdido o bien los vínculos están rotos y no remiten a los sitios web correspondientes, motivo por el cual omitiremos esta vez dicha información. Sin embargo, no pude en su momento resistirme a la tentación de hacer yo mismo un video de un viaje virtual, seguramente mejorable, a través de la Eyre Highway, en dos versiones, en español y en inglés. Esta es la versión española:






miércoles, 1 de mayo de 2013

AQUELLA TARDE DE VERANO EN LA COMARCAL 400

Carmen era asturiana, rubia, menuda, dulce y enigmática, y sus ojos azules miraban siempre entre extraviados y melancólicos con un brillo de fatal desvarío. Hace largos años ya que no sé nada de ella y lo más probable es que jamás vuelva a tener noticias de su vida. Y sin embargo soy consciente de que, por diversos motivos, nunca podré olvidarla. Como tampoco podré olvidar la singular pregunta que me hizo en aquella sofocante tarde del verano de 1995, en la que marchábamos ambos en mi Honda Sevenfiftynegra del 93 camino del corazón de La Mancha a través de la comarcal 400, que enlaza la ciudad de Toledo con la provincia de Albacete atravesando buena parte de la de Ciudad Real. 

-Llévame a ver Toledo un fin de semana -me había pedido Carmen la misma noche que nos conocimos en aquel oscuro disco bar de mi barrio.

-Yo te llevo adonde tú me pidas -le dije complacido.

Así es que, a primera hora de una tarde estival de sábado nos montamos en mi moto y bajamos a Toledo. El calor era insufrible y la Sevenfifty no iba demasiado fina por la autovía, con el consiguiente cabreo que esto me producía, unido al hecho, además, de que como Carmen no tenía ni idea de montar de paquete, en las curvas permanecía rígida sobre el asiento trasero en lugar de acompañar su cuerpo con el mío en las trazadas, de modo que la conducción se volvía incómoda e insegura. Y a pesar de que se lo expliqué varias veces sobre la marcha, el miedo le podía tanto que no había forma de que se inclinase ni un milímetro. 

No encontramos una habitación libre en el hotel de Toledo que yo había previsto. Me traía buenos recuerdos ese hotel y los dos estuvimos de acuerdo en echarnos la siesta de inmediato, hasta que el sol aflojase un poco. Además, las siestas con Carmen merecían la pena y uno se llevaba también de ellas un buen recuerdo. Pero este es otro tema. El caso es que nos dijeron que probablemente no conseguiríamos alojamiento en Toledo ese día, en vista de lo cual decidí que lo mejor era marcharse de allí y buscar otro destino cualquiera. Y así fue que volvimos a subirnos en la moto y tomamos casi al azar la solitaria comarcal 400 bajo una inclemente canícula que abrasaba llanuras y campos hasta donde alcanzaba la vista. Durante decenas de kilómetros no nos cruzamos con ningún vehículo. No había un alma en la carretera. Atravesamos un par de pueblos dormidos en el sopor de la tarde de fuego antes de volver a rodar por las rectas infinitas que buscaban la inmensidad inabarcable de La Mancha. De repente divisamos dos faros de motocicleta en la lejanía, y esas dos motos enseguida se nos echaron encima, y ellos sacaron la mano izquierda, y yo saqué la mano izquierda, y nos saludamos, y después volvió el silencio y la soledad a la comarcal 400 hasta que la Sevenfifty empezó a pedir gasolina. Vimos una gasolinera vetusta y destartalada en mitad de ninguna parte. Entramos y nos bajamos de la moto. Entonces, Carmen me preguntó:

-¿Los conocías a ésos?

-¿A quiénes?

-A esos motoristas de hace un rato. Como los has saludado…

-¡Nooo! -me reí con ganas de su disparatada ocurrencia-.¡Qué cosas tienes! Es una costumbre tradicional entre los moteros el saludarnos en la carretera, simplemente. Pero no significa que nos conozcamos de nada.

Y Carmen me dedicó una de aquellas miradas extraviadas y melancólicas en las que tanto se prodigaba. Le di un azote cariñoso y le guiñé un ojo lo más lascivamente que pude.  

-Sin plomo de noventa y cinco, lleno -le dije al empleado de la gasolinera en cuanto se acercó.