lunes, 6 de marzo de 2017

LAS AVENTURAS DEL SARGENTO NOGUERAS Y EL GUARDIA BRIONGOS. (Motoristas de la Guardia Civil de Tráfico). 4ª Entrega


Este es un relato de ficción. Todos los personajes, los lugares y las situaciones son, por lo tanto, imaginarios, y cualquier parecido con la realidad ha de considerarse como una mera coincidencia. Fue publicado por primera vez en el año 2004 en un foro motorista de internet, y debido a determinados pasajes escabrosos de la narración se hizo necesario aplicarle algún tipo de omisión o censura en alguna de las entregas. Se ofrece ahora íntegro en su versión original en este blog, y por tal motivo hemos de advertir que LA LECTURA DE ESTE RELATO NO ES ADECUADA PARA MENORES DE DIECIOCHO AÑOS.



Un relato de Route 1963

LUCHANDO A BRAZO PARTIDO EN EL ALTO DEL TOSSAL

Alto del Tossal, 16. Sólo Nogueras pudo ver el cartel indicador. Briongos se había quedado trabado en un adelantamiento a la caravana de vehículos mientras el sargento se le escapaba sin remedio entrando arriesgadamente en las curvas ciegas por el carril contrario para terminar la maniobra. El número no se atrevió a tanto y sólo rebasaba a los vehículos, de uno en uno, o de dos en dos a lo sumo, cuando la visibilidad le indicaba que podía hacerlo sin peligro, de modo que el sargento ya se le había marchado tan lejos que desistió de seguirle y aflojó el ritmo hasta ajustarlo a sus condiciones reales de pilotaje. Nogueras entretanto ya tenía el camión a la vista, apenas a trescientos metros por delante, pero la carretera era tan retorcida que constantemente lo volvía a perder, como si la montaña se lo escamotease, y tardaba un tiempo que se le antojaba eterno en volver a divisarlo, y cuando lo hacía tenía la desconcertante sensación de que la distancia entre ambos en lugar de disminuir se mantenía constante. De todos modos decidió bajar la marcha para que llegase Briongos, al que hacía tiempo que había dejado de ver por los espejos retrovisores. Definitivamente al maño se le seguía atragantando este puerto, pensaba Nogueras, y lo que había hecho en los primeros kilómetros de la subida podía considerarse únicamente como fruto de la casualidad o de un momento especialmente inspirado que no tenía porqué volver a repetirse. Briongos tardó aún un buen rato en establecer contacto con el sargento, cuando éste ya se desesperaba con la demora, con el resultado previsible de que el camión volvió a escaparse tan lejos que pasaron a verle otra vez por encima de sus cabezas, en los tramos superiores que buscaban la cumbre. Fue ahora el sargento quien bajó a la altura de Briongos para hablarle sobre la marcha:

Escucha lo que te voy a desir, vamos a ver si acabamos con este juego del ratón y el gato de una puta ves y nos hasemos con el camión aunque sea a tiros.

Sí, mi sargento.

Y para los tiros cuento contigo, Briongos, no me falles.

No fallaré, mi sargento.

Bueno, pues entonses te voy a explicar lo qué vamos a haser.

Los planes de Nogueras ya contemplaban abiertamente la posibilidad de tener que usar las armas si el camión no se detenía empleando procedimientos pacíficos o si intentaba alguna maniobra peligrosa contra ellos, especialmente vulnerables encima de las motos y en aquel terreno, y básicamente lo que se proponía el sargento era rebasarle y tratar de detenerlo mientras Briongos se quedaba detrás guardándole las espaldas por lo que pudiera suceder. El número asintió.

Arreando, pues —decidió Nogueras abriendo gas de nuevo.

Y de inmediato volvieron los problemas para Briongos, que en no pocas curvas se encontró saliendo con la moto atravesada y dando bandazos de un lado a otro de la carretera y a punto de colarse entre dos mojones de cemento de los quitamiedos y caerse por un barranco. El sargento ya no le mostraba los dedos, simplemente apretaba los dientes y aceleraba con furia, y eso mismo es lo que hizo el número, ya sin pensar en nada, ya sin temer una caída, simplemente resignado a lo que tuviera que ocurrir, dando por bueno que moriría si ese era su destino aquel día de verano, y a buen seguro que con el estómago vacío, pues era probable que se fuera de este mundo sin satisfacer el último deseo de tomar unas albóndigas con patatas y salsica de la Venta la Reme, y esto sí que le jodía, más incluso que la probabilidad de morir despeñado en el Alto del Tossal. Pero por lo menos, seguramente de milagro, en esta ocasión no llegó a perder en ningún momento la rueda de Nogueras.


Fue a la salida de una serie de curvas ciegas, enlazadas y en subida, cuando estuvieron a punto de estrellarse contra el camión. Se lo encontraron detenido en mitad de la calzada, sin motivo aparente, a cien metros escasos de la cima del Puerto. Nogueras, que como siempre iba abriendo la marcha, pasó todo tipo de apuros humanos y divinos para esquivarlo. Incluso cuando ya lo había esquivado pensó que tampoco podría evitar la caída. Fue una suerte, desde luego, que no viniera nadie de frente, porque no tuvo otra alternativa que salir al carril contrario en un acto reflejo e instantáneo. Briongos, unos metros por detrás, dispuso de más tiempo para reaccionar, pero el susto fue mayúsculo y le faltó poco para meterse bajo la caja del camión. Con la moto derrapando sin control se coló tras la estela del sargento y cerca estuvo de chocar contra él en el último y angustioso instante de tan arriesgada maniobra. La inercia de la velocidad todavía les llevó con las motos inclinadas unos metros hacia arriba, muy cerca ya del Alto del Tossal. Aparcaron junto a las paredes de roca de la cuneta y se bajaron sin aliento. Con la agitación del momento no lo sentían, pero el frío era espantoso allí arriba, a casi dos mil metros de altura. Sacaron sus armas y empezaron a caminar hacia el camión con más indignación que miedo, en realidad, pero apenas si habían avanzado unos pasos cuando el camión volvió a ponerse en movimiento.

¡La mare de Deu dels Desamparats! —exclamó Nogueras viendo que el vehículo se les echaba encima.

¡Alto a la Guardia Civil! —gritó Briongos extendiendo los brazos y apuntando con su pistola.

Pero el camión no se detuvo. En la cabina viajaban dos hombres. Durante un segundo los guardias pudieron ver sus rostros tensos y desencajados al otro lado de la luna del parabrisas. Después sonó un disparo. El sargento Nogueras no supo al principio quién había disparado, porque el hombre que iba de copiloto asomaba los brazos por la ventanilla izquierda del camión, pero también podía haber sido Briongos, aunque no se atrevía a asegurarlo. Briongos, por su parte, pensó que el primer disparo procedía de Nogueras, que estaba a su espalda. Fue todo muy confuso, aunque enseguida estuvo claro que allí no había mucho de que hablar. Sonaron más disparos, cuatro o cinco, quizá, y en las dos direcciones. Nogueras ya no pudo hacer otra cosa sino encomendarse a la puntería de Briongos, porque incluso a tan corta distancia y con la lógica precipitación, la suya no daba para mucho, y pese a todo tiró un par de veces, sin saber adónde. Alguno de los impactos le hizo un agujero limpio al parabrisas del camión, que sin embargo no se detuvo y estuvo cerca de arrollar a los guardias, y los hubiera arrollado si estos no hubieran tomado la precaución de apartarse a la cuneta, casi junto a sus motos, sin dejar de pensar que allí tirados al descubierto les iban a acribillar sin contemplaciones. Briongos disparó varias veces para cubrirse mientras el camión les rebasaba y seguía su marcha hacia la cima del puerto.

¡Me cago en su puta madre, Briongos, que se nos escapan! —gritó Nogueras.

¡Tire a las ruedas, mi sargento, a las ruedas!

Pero Nogueras no podía disparar a ninguna parte porque al tumbarse en la cuneta se había clavado una piedra en la espalda y estaba paralizado por el dolor. Briongos consiguió incorporarse de mala manera y volvió a disparar precipitadamente contra la trasera del camión. Las detonaciones de su pistola sonaron con un breve y apagado pac, pac, que el eco de la montaña se encargó de amplificar en una sostenida sucesión de reverberaciones lejanas. Tuvieron cierta suerte, no obstante, ya que uno de los proyectiles del número acertó a impactar en el neumático exterior derecho de las ruedas gemelas posteriores, que se deshizo enseguida en unos largos jirones de goma, pero aún así, renqueando, el camión coronó la cima muy despacio y le perdieron de vista. Nogueras se levantó entonces con un alarido de dolor.

¿Se encuentra usté bien, mi sargento?

Me encontraría mejor en una sauna rodeado de donsellas —bromeó Nogueras al comprobar que lo de su espalda no parecía grave y ninguno estaba herido—, pero no me puedo quejar. ¡Vamos a por ellos, collóns, que ya son nuestros!



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