domingo, 9 de abril de 2017

LAS AVENTURAS DEL SARGENTO NOGUERAS Y EL GUARDIA BRIONGOS. (Motoristas de la Guardia Civil de Tráfico). 9ª Entrega


Este es un relato de ficción. Todos los personajes, los lugares y las situaciones son, por lo tanto, imaginarios, y cualquier parecido con la realidad ha de considerarse como una mera coincidencia. Fue publicado por primera vez en el año 2004 en un foro motorista de internet, y debido a determinados pasajes escabrosos de la narración se hizo necesario aplicarle algún tipo de omisión o censura en alguna de las entregas. Se ofrece ahora íntegro en su versión original en este blog, y por tal motivo hemos de advertir que LA LECTURA DE ESTE RELATO NO ES ADECUADA PARA MENORES DE DIECIOCHO AÑOS.



Un relato de Route 1963

Cuando iba a salir del cuarto de baño escuchó el sonido de una moto. No, no eran figuraciones suyas, lo que estaba oyendo eran los acelerones del motor de la CBR-900-RR Fire Blade de Venancio, y el sonido le llegaba a través del alto ventanuco de ventilación que se abría muy cerca del techo. Estaba lo bastante débil como para intentar una acrobacia, pero aún así merecía la pena, así es que se subió al borde de la bañera y luego con cuidado puso un pie sobre la hornacina de loza del papel higiénico y se encaramó hasta el ventanuco. Ya lo había hecho otras veces. Apenas si le cabía la cabeza por aquel estrecho hueco de obra practicado en la pared, pero enseguida se asomó, miró hacia abajo y vio a Venancio agachado junto a su moto y empapado en sudor. Venancio, sargento y motorista quemado, como él, estaba destinado en las oficinas de la casa cuartel en donde también, casi tabique con tabique con el suyo, tenía su domicilio provisional en tanto que le cambiaban de destino. Odiaba ese tipo de poblachones de provincia que tan bien como ninguno representaba Ventolana y había solicitado el traslado. Podía decirse que eran vecinos, pero nunca se habían llevado demasiado bien, entre otras cosas porque Nogueras le tenía catalogado como el típico chulo madrileño impertinente y macarra, y por más que se esforzaba no terminaba de caerle en gracia. Y esa antipatía parecía recíproca, porque tampoco Venancio le consideraba a Nogueras precisamente como santo de su devoción. El ventanuco de ventilación daba a un patio trasero, apartado de las dependencias principales del cuartel, en donde los guardias aparcaban y reparaban, cuando era necesario, sus motos particulares. No había muchas en esta ocasión, apenas media docena, a saber, un par de Vespas, una Ducati antigua, una Honda Paneuropean, la CBR de Venancio y la propia ZZR de Nogueras, cubierta con una funda azul. Debían de ser alrededor de las cinco de la tarde y el sol caía a plomo sobre el patio abrasando la capa de cemento oscuro del pavimento. Y sin embargo allí abajo estaba el sargento madrileño de paisano, todo sudoroso, ajustando el ralentí de su Honda y pegando unos innecesarios acelerones en vacío que hacían temblar hasta la fachada del edificio. Nogueras le llamó:

¡Venansio!, ¡Venansio!

Pero Venancio, cinco metros por debajo de Nogueras y más ocupado en poner a punto su máquina que de otra cosa, no podía oírle. Aunque también podía ser que se estuviera haciendo el sordo. El valenciano le llamó más veces, gritando a pleno pulmón, con el mismo resultado. Como último recurso para reclamar su atención optó por arrojarle el frasquito vacío de Sex&Luxury&Pleasure, con tan mala suerte que le dio de lleno en la cabeza. Lo que me faltaba, pensó Nogueras.

Venancio se rascó la cabeza un tanto sorprendido, se agachó para coger el pequeño envase de cristal, apagó el motor de su moto y miró hacia arriba.

¡Coño, pero si es Nogueras! —exclamó, improvisando una falsa sonrisa.

Lo siento —se disculpó el valenciano—, te estaba llamando pero no me oías.

¡Y como no te oía casi me escalabras, no te jode! ¿En tu pueblo curáis así la sordera?

Lo siento de verdat —volvió a disculparse Nogueras—, pero nesesito que me eches una mano, Venansio.

¡Al cuello, es adonde te voy a echar esa mano, como te descuides!

A Nogueras le fastidiaba sobremanera tener que pedirle ayuda a este hombre, precisamente a él, pero en el desesperado trance en el que le tenía su señora, y siendo el sargento madrileño la primera persona que veía en muchas horas, desde que comenzó su cautiverio, no le quedaba otra solución.

Mi mujer me tiene enserrado en casa sin teléfono y no me deja salir —empezó a explicarle, pero el otro le interrumpió burlándose:

No me digas, Nogueras, pobrecito. Y esto —dijo, leyendo el frasco de cristal—, Sex&Luxury&Pleasure, ¿qué pasa, no se te pone gorda si no tomas estas mierdas? ¿Es que no sabes que son muy malas para la saluz?

Hasme un favor, Venansio —insistió Nogueras sin hacer caso de sus provocaciones—, avisa a Briongos y dile que venga a verme ahora a este patio, que es urgente.

Venancio tiró el frasco al suelo y lo pisoteó con sus botas de motorista hasta romperlo. Después dejó escapar otra sonrisa hipócrita.

Pues bien que lo pasaba anoche tu mujer. Tuvieron que escucharse sus gritos hasta en el cuerpo de guardia. No me extraña, con el Sex&Luxury&Pleasure se le debe de levantar hasta a un muerto.

Nogueras sintió que la ira y el bochorno, a partes iguales, le encendían las mejillas. No obstante nada adelantaba enfadándose con aquel estúpido. Y sin embargo lo peor estaba por llegar.

¿Vas a avisar a Briongos, o no, Venansio?

La cabeza de Venancio no albergaba en ese momento otra idea sino la de hacer rabiar a Nogueras:

¡Te echo una carrera! —dijo, y arrancó su moto y se puso a dar acelerones en vacío.


¡Maldito cabrón, si pudiera salir de aquí ahora mismo, te ibas a enterar!

¡Salta por el ventanuco, si tienes huevos! —le provocó Venancio—. ¿No dice todo el mundo que eres un héroe? ¡Pues salta, tontolculo!

Bien que le hubiera gustado a Nogueras poder saltar y partirle la cara a aquel tipo. La altura al suelo del patio y su precario estado físico casi eran lo de menos. Incluso podía desdeñar el hecho de encontrarse en calzoncillos. El problema insalvable era que por aquel ventanuco de mala muerte sólo le cabía la cabeza.

¡Avisa a Briongos y te echo esa carrera ahora mismo, collóns! ¡No me vas a durar ni dos asaltos, fantasma!

Sí, sí, dos asaltos —se reía Venancio dando más acelerones—, ¡lo que voy a hacer es mearte en la oreja en la primera curva, no te jode!

Nogueras empezó a encabronarse de mala manera:

¿Un ofisinista de mierda como tú, mearme a mí en la oreja? ¿A un motorista profesional? ¡Si tú no eres más que un pobre afisionado y un chupatintas!

Venancio le siguió el juego sin perder en ningún momento esa sonrisa que le volvía tan odioso. Pero había encajado mal el golpe.

¿Sabes qué te digo, Nogueras? Que eres una maricona.

¡Eh, tú, fill de puta! —le gritó completamente fuera de sí—. ¡Porque no puedo salir de aquí, que si no te ibas a enterar! ¡Pero esa carrera queda pendiente! ¡Vaya que si queda pendiente! ¡Mañana mismo!

Venancio apagó el motor de la CBR y se le quedó mirando a Nogueras con soberbia.

Mañana imposible.

¿Te acojonas, verdat, nano? —le retó Nogueras.

¿Acojonarme contigo? ¡Ni hablar! Lo que pasa es que mañana tengo una cita con una real hembra de toma pan y moja —explicó con regocijada chulería—. ¡Ah, por cierto, creo que la conoces! Ella por lo menos sí que te conoce.

A Nogueras estuvo a punto de darle un vuelco el corazón. Incluso le faltó poco para perder el equilibrio y caer al suelo del cuarto de baño desde la altura del ventanuco. No, eso no podía ser cierto. Ya sería mala suerte y demasiada casualidad. Trató, no obstante, de disimular el incipiente estado de alarma en el que acababan de ponerle las palabras de Venancio:

No creo que la conosca de nada. Ni ella a mí.

Pues para no conocerla de nada bien que la invitaste el día de lo de los rusos a darse un paseo contigo en la moto, ¿eh? —saltó de pronto Venancio.

Aquello ya era demasiado. Si hay momentos en la vida de un hombre en los que uno desearía que se lo tragase la tierra para siempre, este parecía el más indicado de ellos para Nogueras. Sintió un nudo en la garganta y tragó saliva. Sobre todo tenía que sobreponerse a la indignación que le embargaba. Y darle un buen escarmiento a Venancio, siquiera fuese sólo con las motos.

Mañana mismo te echo esa carrera que tenemos pendiente. Y te dejo que elijas el recorrido que más te guste —le explicó.

Venancio le miró con desdén, quizá con desprecio no exento de superioridad. Después le hizo un corte de mangas y dijo:

Paso de ti, Nogueras. ¡A mamarla a Parla!

Nogueras, ciego de ira, quiso responderle, pero en ese momento su señora empezó a aporrear la puerta del cuarto de baño con la histeria que en ella era habitual desde que estaban encerrados en casa.

¡Sal, mi héroe, sal de ahí y vuelve con tu pobre mujercita en celo, que la tienes abandonada! —gritaba, ya completamente borracha.

Nogueras se descolgó del ventanuco y nada más poner los pies en el suelo tuvo la funesta impresión de que el mundo se le había vuelto a caer encima otra vez.



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